martes, 25 de agosto de 2015

La cebolla hace llorar

El otro día me sucedió algo increíble, estáis en vuestro derecho de no creer lo que ahora os voy a contar, pero espero un acto de fe.
Se acercaba la hora de hacer la comida, así que me dejé caer por la cocina a ver qué se me ocurría, al abrir la nevera en busca de inspiración una cebolla pegó un salto desde su estante y salió corriendo usando sus decenas de raíces como patitas; la puerta de la cocina estaba cerrada así que se llevó un golpe que me dolió hasta a mí y la dejó inmóvil en el suelo (desconozco si las cebollas tienen buena visión, pero tras lo ocurrido imagino que no demasiado).
Cuando reaccioné me acerqué y la cogí con la mano, entonces con una aguda vocecita comenzó a gritar: ¡déjame marcharme, suéltame humana!
Yo no daba crédito ante una cebolla que me reclamaba la libertad, asustada la lancé a la mesa y me alejé quedándome pegada a la encimera; era una cebolla, lo sé, pero si había conseguido correr y pronunciar algunas palabras no sabía de qué más sería capaz aquella hortaliza.
Observaba atónita lo que estaba ocurriendo, la cebolla se acercaba a los bordes de la mesa y hasta parecía que intentaba medir la altura de ésta.
La situación era suficiente para asumir que había perdido el norte, pero lo siguiente que hice ya fue para encerrarme en un manicomio, alcancé decir unas palabras con voz temblorosa, fueron "¿Qué haces?"
-Quiero marcharme de aquí, el tomate me lo ha contado todo.- Su vocecita tenía un tono que mezclaba tristeza y rabieta.
Yo había llegado a un punto en el que no me importaba parecer un poco más loca si cabía, por lo que proseguí con la conversación.
-¿Qué te ha dicho? ¿Es por lo de que sois comida?
-No es eso, ser comida es un orgullo para nosotros; desde que estaba en la huerta hasta que me escogiste en la frutería yo no podía parar de entusiasmarme con la idea de formar parte de un plato. Cuando se lo conté al tomate el otro día, me dijo lo que iba a pasar, que te iba a hacer llorar cuando me cortaras.
La situación ya me parecía totalmente normal y estaba empatizando con aquella cebolla.
-Lo sé -le dije- no eres la primera, debes creerme cuando digo que me valen la pena unas lágrimas, me encantas- intenté consolarla.
-Pero yo no quiero molestar, me siento mal sabiendo eso.
-No sabes cuánto te entiendo... a mí me pasa mucho, doy problemas sin querer, pero he entendido que pese a todo me escogen. Yo podría haber comprado un puerro, por ejemplo, pero aunque me puedas hacer llorar un poco es más lo que me das de lo que me fastidias.
Me acerqué a la mesa, tendí la palma de mi mano en el borde y la cebolla se subió a ella.
-No te preocupes por nada, todo va a ir bien- dije para tranquilizarla mientras con mi dedo índice la acariciaba.
-Sólo espero tener un sabor delicioso y que tus lágrimas no sean en vano- habló por última vez.
-Simplemente tienes que ser como eres, por eso te escogí en su momento. Hoy vas a acompañar a la lechuga, tú sola, sin tomates entrometidos.
Saltó de mi mano y rápidamente se colocó sobre la tabla de madera, por fin había llegado su gran día.

Imagino que todos nos hemos sentido como ella alguna vez y no hemos visto más allá de los inconvenientes que podamos dar en momentos puntuales, olvidándonos de que pese a todo muchos quieren que sigamos aportando sabor a esa ensalada que es su vida.

martes, 18 de agosto de 2015

El pingüino y el charrán

Érase una vez un pingüino que como todos los de su especie, no podía volar; a diferencia de los demás, él se preguntaba por qué se había cometido esa injusticia con los suyos.
Mientras sus amigos y familia charlaban sobre cosas del Polo como la temperatura del agua, el estado del hielo o la pesca del día; él siempre sacaba su inquietud a conversación pero nunca conseguía respuestas, no era una preocupación para los demás.
No era infeliz siendo pingüino, pero se moría de envidia cada vez que veía algún albatros surcando el cielo.
Un día, mientras paseaba con su gracioso caminar encontró un pájaro posado sobre el frío suelo y como buenamente pudo corrió hasta donde se encontraba, iba decidido a pedirle lecciones de vuelo.
Llegó a su lado y se presentó, de la emoción disparó la pregunta sin que el otro ave pudiese haber abierto el pico siquiera, "¿podrías enseñarme a volar?"
El otro pájaro rio suavemente y se pronunció al fin: -Encantado, soy un charrán. Me encantaría poder enseñarte lo que me pides, pero es imposible por dos cosas, la primera es que eres un pingüino, podrías batir con toda la fuerza del mundo tus aletas y no conseguirías elevarte lo más mínimo; la segunda es que tengo un ala rota, yo tampoco puedo volar ya, todos los míos han migrado y no he podido seguirlos.
-Pero entonces...- comenzó a decir el pingüino.
-Sí -sentenció el charrán- son cosas que pasan.
Al pingüino le cambió la cara, sus ojos tornaron vidriosos y se llenaron de compasión mientras en sus adentros crecía la consciencia de su metedura de pata a la par que la culpabilidad.
El charrán percatándose de lo que por la cabeza de su interlocutor pasaba continuó hablando.
-Verás pingüinito, la vida es así, no elegimos lo que nos pasa al igual que tú no elegiste ser pingüino. Puedes hacer muchas cosas, a decir verdad siempre he envidiado como buceáis. Incluso podrías hacer un vuelo adaptado. He visto a otros hacerlo, has de buscar una pendiente de hielo que finalice en precipicio, si te deslizas por ella en el momento que caigas al agua sentirás como si volaras.
El pingüino sólo pudo pronunciar "eres muy sabio".
El charrán sonrió -he vivido y viajado mucho ya, ahora deberías irte, es tarde y estoy muy cansado...
-Será la última vez que te vea, ¿no?- dijo con tristeza el pingüino
-Sí, lo será, pero espero vernos mucho en tus recuerdos.
-Cada vez que vuele pensaré en ti.
Así cumplió su promesa, cada una de las muchísimas veces que se dejó caer al agua se acordaba de aquel pájaro, no sólo le había enseñado a volar, también aprendió a vivir con lo que le tocó, adaptándo a ello sus deseos.

luns, 3 de agosto de 2015

Carta abierta a mi EM

Hola compañera, en todo este tiempo he manifestado muchas veces lo que siento, lo sabes de sobra. Lo he pensado en mi cabeza, donde tú habitas, y sé que tú escuchas mi silencio.
Hace ahora un año comenzamos a coincidir mucho, estábamos destinadas a conocernos a fondo. Llegó entonces el día de la presentación, reconozco que tu nombre me hizo temblar más de lo que habías conseguido hacerme temblar hasta ese momento. Tras una invasión de pánico, llegó la aclaración; me hablaron en profundidad de ti, me explicaron tu forma de ser, me dieron las pautas para tratar contigo. Te encogieron, pero para mí seguías siendo muy grande y oscura.
Nos fuimos para casa, los gritabas a todas horas así que tu nombre y apellido retumbaban en mi cabeza, la que ahora tengo que considerar nuestra. Podía notar como te ibas durmiendo, estaba comprobando que no eras el gigantesco monstruo que parecías y cada vez tus alaridos sonaban más bajo. Fui aprendiendo a convivir contigo mientras vivo MI vida, esto sí que no lo comparto contigo por mucho que salgas de la parcela craneal.
Muchas veces aún me metes algo de respeto, pero ya no pánico, hace tiempo que se acabó tener a diario pesadillas contigo y al despertarme ver que sigues ahí (Pesadilla en EM street).
Durante toda nuestra historia sabes que has conseguido amargarme momentos en los que al final te sonreía, eres esa eficaz dura maestra a la que siempre acabas agradeciéndole la lección que has aprendido.
Me he hecho a la idea de que vamos a estar juntas lo que nos queda de MI vida, te he domesticado, y bien sabes que eres responsable de lo que domesticas (ves, si yo fuese El Principito tú serías mi zorra). Lo curioso es que ya no me imagino la vida sin ti.
No te voy a decir que me gustas, estaría mintiendo, pero sí te doy las gracias por muchas cosas; te odiaré siempre que te muevas, pero si no lo haces me pasarás desapercibida.
Si algún día decidieras marcharte, por mí no mires atrás, pero no te lleves contigo la sabiduría que aportas, es el alquiler que te pido.
Hasta aquí noquerida compañera, tengo la sensación de que te ha gustado, ha llegado a tus oídos como una nana. Descansa mucho.